viernes, 18 de agosto de 2017

Oración por Tania

                                           Tania la guerrillera (Zoia Kosmodemianskaia)

Oración por Tania

Bajo tus pies la nieve se hizo llanto,
bajo tu desgarrada piel y tus ojos con fiebre crecieron los sollozos; los cristales del odio penetraron tu carne de doncella del triunfo; bajo el cielo de invierno, una mañana, fuiste un árbol,
un árbol de tortura y de martirio,
árbol de los incendios,
árbol puro, árbol de la venganza.

Bajo ese fuego, Tania, bajo tu propia sed, sigue, elevado, el luto, y sigue, arrollador, el paso de tus hombres, de los tanques y de los guerrilleros, tus hermanos. Bajo tus pies, doncella, la nieve se hizo llanto.

Venían por ti los lobos. Te encontraron, te mutilaron y arrancaron la voz, te azotaron, los nazis; y luego, por el frío, por las calles, tus pies abrieron surcos.
(¡Tus pies desnudos, Tania!
¡Tus dieciocho años, Tania!)
Pero sobre esos surcos, como de tus heridas, cayó, como bandera, la semilla sagrada.
Bajo tus pies de cálida locura, bajo aquel brusco cielo de Petrishevo, Tania, la nieve se hizo llanto, y del llanto,
como de un despertar de cuchillos con sangre, nació, como ascendiendo, el sentido del odio.

De sol a sol digamos esta noble oración, esta turbia oración entrecortada,
por Tania. doncella comunista ahorcada por los nazis:
“El odio, en este día o penumbra, no ha caído del cielo, sino del vasto y ciego vértigo
donde los ojos del soldado
revelan el calor de la amarga ceniza,
el fruto amargo del helado heroísmo.

Si el odio viniese del cielo, como apunta el rastreador de espíritus, no habría por qué decir, entonces, que el hombre es una agonía en pie o que la tierra es fértil gracias a la lluvia verdinegra del odio.

Pero el odio, por suerte, no ha caído del cielo. La ventana se ha mantenido cerrada desde la hora del primer hombre asesinado.
Por eso el odio ha llegado con machacada lentitud de bestia, con apagado zureo de paloma herida, con un suave batir de alas en derrota.
Así ha llegado el odio, petrificándose,
originándose, fiero, en un lago de amor, llameando, raspando la piel, yéndose a fondo.

¡Odio, odio fiel!
¡Odio perfecto! Respiración, sacudimiento.
Odio a la terrible mentira y al saqueo,
odio al devastador y al incendiario,
odio petrificado, odio purificado,
odio por centenares de razones y sangre;
odio maravilloso cuando hay, en el lodo y la nieve,
una lágrima fresca y un niño degollado;
y cuando de una horca de sombrío destino,
como campana victoriosa pende
el cuerpo de una joven guerrillera”.

Efraín Huerta

(Marzo, 1943)